Es verdad que antes
ya vino un papa al Perú -Juan Pablo II y en dos ocasiones: 1985 y 1988-, pero
la llegada del Papa jesuita se produce en un momento de importantes cambios en
el sistema internacional, donde precisamente el Obispo de Roma es protagonista;
además, tengamos presente que Su Santidad Bergoglio hace rato que dejó de
realizar visitas pastorales únicamente para los feligreses. El sello de su
ecumenismo es el carácter distintivo de su actuación universal. El Vaticano
cuida mucho los desplazamientos del Sumo Pontífice por el mundo, de tal manera
que cuando se realicen no coincidan con los momentos políticos, sobre todo de
carácter electoral, en los países que tiene pensado visitar. No es una regla,
pero se da. Eso explica por qué llegó a Ecuador, Bolivia y Paraguay en su viaje
de 2015 cuando el Perú estaba en ruta. Nosotros vivíamos el inicio de un
proceso electoral y para el Vaticano no era conveniente que el Santo Padre
concrete sus visitas pontificias. Por esa misma razón no viajó a Argentina cuando
se producía la salida de Cristina Fernández de Kirchner y el triunfo electoral
de Mauricio Macri. Cuando en los años 80 el papa Wojtyla llegó al Perú, lo hizo
en medio de la amenaza terrorista de Sendero Luminoso y del MRTA. Ahora toca a
Francisco una visita cuando el país afronta uno de los mayores descréditos por
la corrupción, igual que toda la región. Esperémoslo como corresponde.